No existía la Tierra, ni el cielo, ni el mar; no había luna ni sol.
La gente y los animales tampoco existían. No había nada, nada de nada. Sólo Dios. Un día, Dios decidió crear el mundo. Entonces hizo surgir el día y la noche. Creó el cielo, la tierra y el mar. Hizo que crecieran sobre la Tierra miles de plantas: hierbas, matorrales, flores, árboles de todas las clases...
Después, Dios creó el sol, la luna y las estrellas. ¡Qué hermoso estaba todo! Dios estaba muy contento, pero todavía no terminaba su mundo. Creó también miles de animales: hizo las aves para el cielo, los peces para los mares y, a todos los otros animales, los dejó en la tierra.
Finalmente, Dios decidió crear un ser vivo diferente a los animales para cuidar la tierra: le dio vida al hombre y lo llamó Adán. ¡La obra de Dios estaba terminada! Necesitó seis días para crear el mundo. Dios estaba satisfecho de su trabajo. Entonces, descansó el séptimo día. Y, en lo sucesivo, ese sería el día de descanso, el día de Dios.
Tomado de Gilles-Sebaoun É., Roederer C.. (1999). Mi Primera Biblia. 3a reimpresión México: Megaediciones. pp 10-12
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