Dios decidió inundar la Tierra para destruir a los hombres. Haría caer la lluvia tan fuerte que los mares, los lagos y los ríos se desbordarían cubriéndolo todo. ¡Un verdadero diluvio! Pero Dios sabía también que existía un hombre que merecía salvarse: era bueno, generoso y siempre había conservado a Dios en su corazón. Ese hombre se llamaba Noé.
Dios le ordenó a Noé que construyera un inmenso barco: un arca en la que él debía refugiarse con su familia. También debía llevar una hembra y un macho de todas las especies de animales que Dios había creado, incluyendo las aves y hasta los insectos más pequeños. Noé hizo exactamente lo que Dios le había ordenado. Día y noche trabajó con sus hijos para construir el arca.
Cuando la terminó, Noé subió a ella a una pareja de cada especie animal: los animales con pelo, con plumas los que caminan, los que vuelan, los que se arrastran, los que saltan, los grandes, los medianos y los pequeños.
Noé no olvidó ninguno. Después, con su mujer, sus hijos y las esposas de éstos, Noé entró en el arca. Y el mismo Dios cerró la puerta.
Siete días más tarde, empezó a caer sobre la Tierra una lluvia intensa. Muy pronto el arca empezó a flotar, pero el agua seguía subiendo más y más. Los árboles habían desaparecido, pero el agua continuaba cayendo. Muy pronto desaparecieron también las montañas. Por fin, la lluvia se detuvo. Había durado cuarenta días y cuarenta noches. ¡Pero eso no era todo! Ahora había que esperar que el agua bajara. Y Noé esperó.
Noé esperó mucho tiempo, después liberó a un cuervo. El cuervo regresó muy pronto a refugiarse en el arca. El agua seguía estando por todas partes y el pájaro no había encontrado donde posarse. Más tarde, Noé soltó a una paloma, sin embargo, al cabo de unas horas ésta regresó. Una mañana, la dejó volar de nuevo; esta vez, la paloma regresó por la noche, muy tarde, y en su pico llevaba una pequeña rama de olivo.
Noé comprendió que la naturaleza había empezado a renacer en alguna parte de la Tierra. Noé esperó y, por última vez, la paloma voló. Ya nunca regresó: seguramente encontró un árbol joven para hacer su nido.
Noé supo que había llegado el momento de abandonar el arca y abrió puerta. Liberó a los dos lobos, los dos ratones, las dos mariposas, las dos águilas y a todas las otras parejas de animales. Después salió con su familia. ¡Qué felices estaban de volver a tierra! Estaba muy limpia, el aire era puro y olía a hierba fresca. Sus primeros pasos sobre la tierra les proporcionaron un inmenso placer.
Noé dio las gracias a Dios. Y Dios le hizo una promesa a Noé, nunca volvería a destruir a los hombres, aunque se volvieran malos y se pelearan. Y de pronto, un arco iris apareció en el cielo. Dios acababa de dibujarlo para Noé. Así, Noé supo que Dios cumpliría su promesa: este arco iris era el símbolo de la amistad, de la alianza entre Dios y Noé, y de todas las criaturas de la Tierra.
Tomado de Gilles-Sebaoun É., Roederer C.. (1999). Mi Primera Biblia. 3a reimpresión México: Megaediciones.
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