En un navío viajaban, con todas sus pertenencias, el hijo de un rey, un noble, un mercader y un pastor. Durante una tormenta, el barco naufragó y los hombres a duras penas pudieron alcanzar la orilla.
Cansados y empapados, se sentaron a lamentar su desgracia hasta que el pastor les dijo:
-¿Por qué, en lugar de lamentarnos, no estudiamos la manera de arreglar nuestra pobre situación?
-Tú no has perdido nada -replicaron los otros-, pero nosotros... ¡Mira! Las aguas se han tragados nuestras fortunas.
-Sí, pero con lamentarse no van a recuperarlas. Y algo tendremos que hacer para sobrevivir.
Movidos por las palabras del pastor, cada uno ideó un plan:
-Yo lo sé todo de los números. Enseñaré aritmética y ganaré mucho dinero -propuso el mercader.
-Yo sé de buenos modales y costumbres. Eso enseñaré -aseguró el noble.
Y yo podré enseñar política -concluyó el hijo del rey.
Pero el pastor, que les había escuchado, intervino entonces:
-Tienen buenas ideas y mucha ciencia, pero con ellas no se resuelve el problema de inmediato.
Y dicho esto, puso manos a la obra: se internó en el bosque, recogió todas las ramas que pudo y las vendió en el mercado de una aldea como leña. Así, los cuatro pudieron sobrevivir.
MORALEJA
En ocasiones, no se necesitan tanto las ciencias y las ideas como la buena disposición al trabajo.
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