Una jovencita dulce y amable, llamada María, vivía en Nazaret, un pequeño pueblo de Galilea, al norte de Palestina, María vivía con sencillez y era muy feliz; se iba a casar pronto con su novio, José.
Fue entonces cuando Dios le envió u mensajero: el ángel Gabriel.
Cuando el ángel Gabriel se apareció en casa de María, ¡ella se sintió muy emocionada y turbada! El ángel Gabriel le habló a María. Le anunció que Dios la había escogido para ser la mamá de un niño al que llamaría Jesús.
Jesús sería rey y su reino no tendría fin, María no comprendía muy bien. ¿Tener un bebé ella? ¡Si todavía no se casaba con José! Entonces, el ángel Gabriel le explicó que la fuerza de Dios, el Espíritu Santo, vendría sobre ella. Por lo tanto, ese bebé sería santo también y llamado hijo de Dios.
María estaba maravillada: ¡muy pronto sería la mamá del hijo de Dios! ¡La mamá del Mesías!
Poco tiempo después, el emperador de los romanos quiso saber cuantas personas habitaban en su imperio.
Cada hombre debía ir con su familia ala ciudad donde había nacido: ahí, se escribiría su nombre, el de su mujer y el de sus hijos.
José ya estaba casado con María. Ella esperaba un bebé, tal como lo había anunciado el ángel Gabriel. Los dos fueron a Belén, la ciudad donde había nacido José, para inscribirse. Un asno transportaba a María porque su hijo vendría muy pronto al mundo.
Una noche, cuando llegaron a Belén, María sintió que su bebé estaba a punto de nacer. ¡Pero ya no había lugar en los albergues! ¡José estaba muy preocupado! Corrió por toda la ciudad buscando un refugio para María.
Afortunadamente pudo encontrar un establo donde dormían los animales. Esa noche, María trajo a su hijo al mundo. Envolvió tiernamente a su bebé con mantillas y lo acostó sobre la paja del pesebre.
Tomado de Gilles-Sebaoun É., Roederer C.. (1999). Mi Primera Biblia. 3a reimpresión México: Megaediciones.
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