Una liebre perseguida por un águila buscó refugio en la guarida de un escarabajo.
-Perdónale la vida -dijo el insecto al águila
Pero esta atrapó a la liebre y remontó el vuelo.
El escarabajo, furioso, fue al nido del ave y, para escarmentarla, rompió sus huevos uno por uno.
-¡Mis pobres polluelos! -gemía el ave desconsolada-. El próximo nido lo haré en lo alto de la montaña.
Y así lo hizo, pero el escarabajo volvió a estrellarle los huevos.
Desesperada, el águila pidió a Zeus que se encargara de cuidar sus huevos, pero el escarabajo dejó caer una bola de barro sobre su túnica, y éste, al querer limpiarse, arrojó nuevamente los huevos al suelo.
Desde entonces, el dios del Olimpo decretó que las águilas pusieran sus huevos en invierno, cuando los escarabajos no salen de sus madrigueras.
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